La Consistencia de una Voz
La llegada de Tamara Silva Bernaschina al éter de la literatura uruguaya no se ha dado al modo de un lento amanecer, sino con el fulgor indudable de un rayo que quiebra la noche. A sus veinticuatro años, la escritora nacida en Minas ha conquistado el asombro crítico y un palmarés que incluye el Premio Bartolomé Hidalgo de Narrativa y el Premio Nacional de Literatura. Si bien su colección de cuentos, Desastres naturales, nos situó en una geografía de lo inminente, donde la infancia presiente lo ominoso y la naturaleza es una presencia violenta y panteísta, es en su primera novela, Temporada de ballenas (2024), donde su prosa se profundiza hacia una textura más compleja y melódica.
Esta obra no es un mero relato; es un ejercicio de ecploración del tiempo, una meditación fragmentada sobre las profundidades del lenguaje y la memoria. En ella, la autora desvela no una simple representación, sino un trazado íntimo de las emociones que persisten, navegando las aguas interiores de la existencia con una maestría que desborda lo esperado para su edad.
Temporada de ballenas se declara, desde su esencia, como una novela líquida o “acuática”. Su linaje acuoso no se ciñe únicamente a la superficie temática, sino que impregna la urdidumbre misma de la narración, convirtiéndose en el engranaje temporal que pone en funcionamiento la totalidad de la obra.
La novela se despliega en una composición fragmentaria, con dos planos narrativos que coexisten y se intersectan: una historia infantil y una historia adulta. El agua —en sus manifestaciones explícitas (el río, la cañada, la playa, la piscina) y sus formas sutiles (el goteo, la humedad, la lágrima)— funciona como el canal de comunicación o el “cuerpo” que permite que los tiempos puedan “ir y venir e incluso mezclarse”.
La prosa de Silva Bernaschina adopta la cadencia de una marea, oscilando entre el presente continuo de la voz infantil, cargada de inocencia, misterio y asombro, y la conciencia reflexiva del yo adulto. La evocación de la niñez no es aquí un mero ejercicio de reminiscencia, sino de invención, donde la memoria se distorsiona hasta crear un mundo onírico, un universo donde los miedos y los acercamientos a la muerte se viven sin el filtro de la dimensión adulta.
La Conjunción del Latido
El tramado de la novela se sustenta en un pulso vital: el latido del corazón, un símbolo poderoso que une lo más íntimo de lo humano con lo más vasto y extraño del planeta.
La primera escena crucial es familiar y doméstica: la reunión para auscultar el corazón recién operado de la bisabuela Pocha. Este misterio velado por la incomprensión de la niña actúa como un punto de partida para la exploración de la muerte y el mundo de los abuelos.
Posteriormente, este latido encuentra su resonancia telúrica en el registro adulto a través de la obsesión de la protagonista: la búsqueda de una ballena que canta a una frecuencia anómala, 52 hercios. La autora concibe esta situación como un “regreso desde lo absurdo”, magnificando el deseo por lo no-escuchado y lo invisible. El corazón remendado de Pocha y la ballena solitaria devienen resonancias poéticas que trascienden lo singular. Se trata de una forma de poner atención a lo no-humano, a aquello que se resiste a ser encapsulado por el lenguaje, demostrando que es precisamente donde el lenguaje se revela insuficiente que “pasa algo maravilloso”.
La Topografía de la Herida
La topografía de la ciudad natal, Minas, se incrusta en el texto con la aspereza de las canteras que la rodean. El territorio es descrito como un “pozo desierto” que, al concentrar la contaminación de la explotación mineral, condena a sus habitantes a problemas respiratorios. Esta geografía no es un mero escenario, sino una herida abierta.
El pulsar emotivo de la novela se concentra en la frustración de la infancia, ejemplificada en la niña que desea ser sirena. Su deseo es aniquilado por la toxicidad de su entorno: el curso de agua más cercano está demasiado lejos y “tan llena de basura” que sus escamas se caerían, quedando “en carne viva”. La fantasía se rinde ante la realidad contaminada, llevando a la niña a reescribir su petición más íntima: “quiero nacer en otra parte”.
Este deseo finaliza el ciclo temático: la novela es una profunda meditación sobre la soledad, el vínculo familiar y el anhelo en un mundo amenazado por la explotación indiscriminada. Silva Bernaschina nos obliga a escuchar el lamento de lo abisal en el corazón del árido paisaje, forjando un engranaje narrativo que solo una voz tan precisa y melancólica puede ensamblar.
La Revelación del Tramado
Tamara Silva Bernaschina no solo narra una historia, sino que deletrea una sensibilidad. Temporada de ballenas es la confirmación de una voz que ha llegado a la literatura uruguaya para redefinir sus senderos. Su prosa, lírica, pero nunca superflua, demuestra que lo trascendente reside en el tramado de lo mínimo: en un corazón que late en Minas, en el canto de una ballena, o en el deseo imposible de una sirena.
La novela es un libro de “buenos augurios”, un trazado que, al oscilar entre el agua de la infancia y la adultez, nos provee de las herramientas para auscultar nuestro propio mundo interno. Con esta obra, la autora no solo se consolida, sino que nos regala un texto esencial para comprender la textura del miedo y el anhelo contemporáneos.
Temporada de ballenas es la demostración de que lo grande se encuentra en lo más pequeño, que el latido del corazón de una bisabuela en Minas puede ser un eco perfecto del canto inaudible de una ballena sorda en el océano. Este es un libro de buenos augurios, una cartografía que, al ir y venir entre la infancia y la adultez a través del agua, nos ayuda a entendernos, a ponerle voz a lo enmarañado y, quizás, a salvar algo del pasado remoto antes de que el silencio sea irrefutable. Con cada página, Silva Bernaschina confirma su lugar como una de las voces imprescindibles de la literatura contemporánea.